Mi vida durante la pandemia

Mi nombre es Xóchitl, tengo 31 años de edad. Soy orgullosamente de una comunidad de la Sierra Mixe llamada Santa María Ocotepec. Hablo el idioma mixe. Desde hace 10 años radico en el Estado de México, tengo 3 hermosos hijos, un negocio al que tengo que estar al pendiente y también me dedico a los quehaceres del hogar.

Hace ya más de un año que nuestra ilusión de viajar a Ocotepec -mi lugar de origen- se detuvo a causa de la pandemia. No pensé que me afectara tanto no poder ir a mi pueblo, el no ver a mis papás, no poder visitar a mis familiares o no ir a nadar al río con mis hijos. Me causa tristeza y me inquieta tanto, al grado de que sueño seguido que voy de vacaciones para allá. Algunas noches me veo salir con mis mochilas, preparar a mis hijos para el viaje y quedarme una noche con la familia de Oaxaca. En otro sueño resulta que ya estoy en el mercado de Ayutla comprando pan y tasajo. Sé que suena chistoso, o raro, pero creo que cuando uno está fuera por mucho tiempo, espera con ansias regresar a donde pertenecemos. Otras veces me veo en la casa platicando con mi mamá, cocinando juntas o desgranando el maíz mientras mis hijos juegan en el patio. Me veo tan feliz y tan tranquila que no me gusta despertar de esos sueños en Ocotepec.

Estábamos acostumbrados a ir cada año a mi pueblo, pero por la pandemia, esta vez no fue posible, también fue para evitar posibles contagios a mis hijos o a la familia de allá que han procurado no salir. Mucha gente aún piensa que la enfermedad no existe, pero yo tuve a mi esposo y a mi suegra enfermos de esto; gracias a Dios mis hijos y yo no nos contagiamos a pesar de que estuvimos en la misma casa. Fue sumamente difícil mantener a los niños lejos del papá, sobre todo porque están acostumbrados a abrazarlo y platicar con él todo el tiempo. Pero ahora sé cómo se padece esto y lo menos que queremos es que en mi pueblo fueran a enfermarse, porque además podíamos ser portadores sin tener la enfermedad. Solo de pensarlo me preocupa, por eso tomamos la decisión de no ir de visita. Aún cuando los casos habían disminuido y parecía que todo mejoraba no fuimos.

 

 

 

Otra situación complicada además del no poder ir a mi pueblo fue “adaptarme” a la nueva modalidad de estudio de mis hijos. Nunca imaginamos lo que viviríamos a partir del cierre de escuelas. Tengo dos hijos en primaria y uno en kínder y desafortunadamente les di prioridad a los primeros, sobre todo para la entrega de trabajos, tareas, repasar sus lecciones y estar al pendiente de ellos.  A los dos primeros les ayudé mucho en el kínder y el más pequeño también estaba emocionado en que por fin le iba a enseñar a contar o a leer, desafortunadamente no pude dedicarle el tiempo que requería como a los dos primeros, se me hizo muy difícil, porque además tenía que atender el negocio y el quehacer, pero eso sí, aprendimos a trabajar en equipo.

A las 8 am ya todos teníamos que desayunar para comenzar a trabajar, uno sacaba los trastes y limpiaba la mesa, otro lavaba los trastes y el otro a ordenar los trastes limpios, se iban turnando para barrer por lo menos la cocina. Algo básico era que cada quien debía tender su cama. No saben la enorme ayuda que es para las mamás que nuestros hijos se responsabilicen de algo tan simple como tender sus camas.

A las 10 am ya estaban sentados listos para recibir su clase en línea, terminaban su clase a la 1, tomábamos un descanso en lo que yo terminaba de preparar la comida y si no, a ayudar todos a mamá. Terminando de comer seguía lavar los trastes, barrer y nuevamente a sentarse para realizar tareas, porque había que entregarlos a la hora indicada. Mucha gente decía que las y los maestros ya no hacían nada, porque todo lo hacíamos los padres de familia con los niños, en cierta forma tenían razón, debíamos destinar prácticamente todo el día para sus estudios y tareas. Sin embargo, platicando con las maestras de mis hijos resulta que también ellas como mamás estaban en la misma situación que nosotras, atendiendo a sus alumnos, su hogar, sus hijos o hijas, estresadas y a altas horas de la noche trabajando. Esta situación nos cambió la vida a todas y todos, como el estar trabajando de madrugada. Por eso sé que no es fácil,  al principio eran peleas y regaños con mis hijos, todos los días, pero poco a poco tuvieron que adaptarse a esta nueva forma de vida.

Hace unos meses comenzaron a tomar clases de mixe, sobre todo los dos más grandecitos, me hace feliz ver que están aprendiendo el idioma que yo hablo, que conozcan las lenguas que se hablan en Oaxaca, la historia de nuestro pueblo y cómo se escribe nuestro idioma. Al mayor lo veo más interesado, ya comienza a decir frases y cuando platica con su papá en español escucho que él -mi hijo- le contesta en mixe. Yo procuro hablar con ellos en mixe pero estoy segura que es en mi pueblo donde aprenderán más y mejor, por eso es que me duele no poder ir aún, ya los quiero ver interactuar con mi familia nuevamente y con los de mi comunidad.

Durante todo este tiempo hemos aprendido a valorar lo que tenemos a nuestro alrededor, los sacrificios que tuvimos que hacer, mis hijos, aunque están pequeños aún entendieron que era necesario mantenerse en casa y esperar a que todo se calmara para poder ir a visitar a la familia en Oaxaca y Ocotepec. Nos acostumbramos a estar así. No sabemos hasta cuando, pero tenemos que cuidarnos y cuidar a quienes nos rodean.

 

 

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