Ñu’un ntsa’ayu

Diversos pensadores como: Floriberto Díaz, Jaime Martínez Luna, Juan José Rendón, Benjamín Maldonado, entre otros, han reflexionado en torno a la comunalidad, lo que considero de gran importancia y retomo: “La comunalidad es el modo de vida tradicional de los pueblos originarios en Oaxaca, compartido por los pueblos pertenecientes a la matriz civilizatoria mesoamericana”  (Maldonado Alvarado , 2011, pág. 66).

Desde mi sentir-pensar como mujer, de la cultura Ñuu davi (Pueblo de la lluvia), no encuentro una palabra que especifique o englobe todo lo que se entiende por comunalidad, no obstante, repensando cada uno de los cuatro elementos principales que la componen, puedo compartir los saberes y experiencias que se viven en mi comunidad de manera breve, empezando por el territorio.

La comunalidad, la entiendo como una forma de estar, sentir y pensar en un territorio, en un tiempo, es la vida misma, desde mi ser colectivo, en constante movimiento; me refiero a estar o vivir la vida, porque a pesar de la migración, el desplazamiento a otros espacios, llevo conmigo esa forma de mirar la vida y la recreo en un lugar específico, en donde me establezco, de acuerdo a mis posibilidades, con mi familia, con mis vecinos o en esa otra comunidad.

El territorio, puedo nombrarlo como Ñu’un ntsa’ayu, Ñu’un, tierra, el espacio en el que han estado mis ancestros, mis abuelos, es en donde se tejen las historias de vida, las experiencias y los saberes que permiten la relación permanente y vital con la naturaleza, con lo que nos rodea, natural, sagrado o sobrenatural. Este sentido y significado del territorio ha permitido que, en mi Comunidad, la mayor parte de la extensión sea comunal y el resto áreas parceladas, en donde habitan las familias, sa ntsakunrodonro: donde estamos sentados temporalmente, o sobre el espacio. 

Como en todo, no todo es maravilloso, actualmente se observa el deterioro del territorio, de lo que allí vive: montañas, árboles, animales, se van perdiendo, van transformando su relieve, en algunos casos porque el sentido que le daban nuestros abuelos, lo estamos olvidando. Ese vínculo tan estrecho que se inicia desde el nacimiento, cuando mi ombligo se entrelaza con el territorio está cambiando, ese sentir con el territorio, porque para mi cultura, el territorio, la naturaleza, también sienten, de ahí la importancia del Nrodo, el ser sagrado que lo habita,  que sabe mis intencionalidades y en ocasiones me afecta, me corresponde, por ello, acciones como: cuando se consume alguna bebida (mezcal), primero se le ofrece a la madre tierra, tirando una porción en forma de cruz, ya que la falta de respeto trae consecuencias a mi ser espiritual, en este caso, se busca a alguien que hable con ella y le lleve un presente, estas actitudes de respeto y reciprocidad, generan una relación diferente con la naturaleza.

Considero que el abandono de este modo de percibir el territorio, es también, por la necesidad de aprender a sobrevivir en otros espacios que marginan y ridiculizan lo propio, fomentando la competencia de los seres como individuos, esto también lo vamos adquiriendo y adoptando como una forma de ser exitosos en la vida.

Como resultado de nuestro desconocimiento o descuido de algo tan importante como el territorio en su conjunto, con una visión holística, no segmentada, nos está conduciendo a una mirada distinta; desde una ciencia o un conocimiento racionalizado, que considera lo que la habita, como recursos naturales renovables que deben ser explotados, para satisfacer nuestras “necesidades”; lo vamos apropiando y reproduciendo en nuestro entorno inmediato, olvidándonos de la reciprocidad; pero, ¿qué tan viable sería que las comunidades, nos sumáramos al sistema económico-político impuesto desde las elites? Sistemas que han permitido el despojo y la explotación de la naturaleza en gran magnitud y nos han traído graves consecuencias: sed, hambre, desigualdad extrema, contaminación ambiental, epidemias y demás, que nos conducen al suicidio.

Es necesario reabrir nuestros corazones y repensar la reciprocidad, reconstruir el tejido colectivo, el trabajo comunal, hacernos conscientes del daño que nos causamos y los problemas que estaremos heredando a generaciones siguientes, realizar acciones que promuevan la relación respetuosa y recíproca con nuestro territorio, naturaleza, vida en común con lo que nos rodea, reconocer que desde la invasión de nuestros pueblos originarios se ha impuesto una sola visión, partiendo de un conocimiento antropocéntrico, patriarcal, individualista, clasista y violento con lo diferente.

Repensar la relación que tenemos con nuestro territorio nos permitiría ser consciente sobre la necesidad de una relación respetuosa, teniendo presente la sacralidad de nuestra madre tierra, que nos viste, nos alimenta y nos acoge en sus entrañas, dado el momento.

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